Estudio: Propuesta técnica para la integración de la biodiversidad y servicios ecosistémicos en el sector agropecuario

Chile se enfrenta a severos retos para la conservación y el uso sostenible de su biodiversidad. En efecto, las principales amenazas que enfrentan las especies nativas en Chile provienen de la pérdida de hábitat, asociada a cambios en el uso de suelo y la pérdida o degradación de los bosques, cuyas causas principales se han asociado históricamente a la agricultura intensiva, el uso de vegetación para leña, el sobrepastoreo, la explotación minera, los incendios forestales, las plantaciones con especies exóticas y la contaminación de aguas. Se ha estimado que el ritmo de pérdida de bosques y otros ecosistemas ha disminuido en los últimos años en relación con períodos anteriores para la mayoría de las formaciones vegetacionales, excepto para el caso del bosque nativo en que ha habido un incremento, en especial debido a los cambios de uso de suelo que han afectado principalmente al bosque caducifolio y espinoso (MMA, 2019). La principal causa de presión antrópica se encuentra en el cambio de uso de suelo para el desarrollo de diversos tipos de actividades, lo cual ha incidido significativamente en la fragmentación y degradación de ecosistemas, así como la pérdida de especies de flora y fauna. Tal como se recoge en el Sexto Informe Nacional de Biodiversidad de Chile, del Ministerio del Medio Ambiente (MMA, 2019), estos cambios en el uso de los suelos se han debido en gran parte para su utilización en el desarrollo de diversas actividades productivas, entre las que se encuentran la silvoagropecuaria, minera e inmobiliaria. La biodiversidad (a nivel genético, de especies y de ecosistemas) es la base para el suministro de servicios ecosistémicos que, a su vez, son fundamentales para la supervivencia de las especies, los medios de subsistencia y la producción alimentaria y agrícola. Los servicios ecosistémicos suelen definirse como “la gama de beneficios que los seres humanos obtienen de los ecosistemas” (MEA, 2005). Más específicamente, la biodiversidad contribuye de múltiples maneras al sostenimiento de la agricultura y la producción de alimentos. Puede ser a través de la propia diversidad (diferentes cultivos y animales, con diferentes características, adaptados a diferentes circunstancias), o a través de la provisión de servicios ecosistémicos que apoyan la producción (clima estable, polinización, agua, etc.). La biodiversidad también ayuda a desarrollar la resiliencia ante amenazas y crisis, incluidos los efectos del cambio climático. Cuantas más especies haya dentro de un agroecosistema, y cuanta más variación genética haya dentro de esas especies, más adaptable será el ecosistema y, por lo tanto, el sistema alimentario y los medios de vida asociados a él. En la misma línea, cuanto mayor sea la diversidad genética y de especies disponible en un agroecosistema, más opciones habrá para encontrar nuevas variedades de cultivos o ganado que se adapten, por ejemplo, a un clima cambiante (FAO, 2019). La biodiversidad del suelo, que es un recurso vivo, también es crucial para la sostenibilidad de los sistemas de producción agrícola y alimentaria. En este sentido, la FAO ha acuñado el término “biodiversidad para alimento y agricultura” (BFA, por sus siglas en inglés), el cual explica las causas principales de para la pérdida progresiva de la biodiversidad en la agricultura. En este contexto, el rol de diversificación agrícola es considerada fundamental a nivel internacional para garantizar la diversidad de hábitats y paisajes, para promover la resiliencia de las regiones, la seguridad alimentaria y la calidad de los alimentos (FAO, 2019).